Un amor por la docencia en Italia se transformó en el Colegio Bolívar y Garibaldi en Venezuela

Más de 60 años de ese inicio, Claudio Milazzo -el primogénito de tres hermanos- nos cuenta con emoción la historia de sus padres y cómo se gestó ese hermoso proyecto en lo que hoy conocemos como Bolívar y Garibaldi
Hay casos donde la frase “llegó con su maleta de sueños” a un lugar determinado adquiere un verdadero valor cuando escuchas el porqué de su empleo. Y sí, esas palabras para muchos de los inmigrantes italianos que llegaron a Venezuela adquirieron un sentido casi religioso.
Estas personas llegaron a una tierra de oportunidades para crecer, establecerse y brindar una mejor calidad de vida luego de un conflicto terrible que fue la Segunda Guerra Mundial. Venezuela fue un grial para ellos porque les permitió, en muchos casos, aprovechar una segunda oportunidad en la vida y ser prósperos.
Una de esas familias que llegó con esperanzas y sueños al país sudamericano fue la Milazzo. Filippo, junto con su esposa, Liboria, y con un bebé en brazos llamado Claudio, pisaron tierra el 2 de enero de 1950 tras viajar en barco desde su tierra natal hasta Puerto La Cruz.
La idea de lanzarse a la aventura al otro lado del Océano Atlántico vino como generalmente ocurren situaciones similares: unos amigos que vivían cerca de ellos en Italia, y que habían viajado previamente a Venezuela, le animaron a viajar y probar suerte. Fillippo, tras consultarlo con Liboria -o Lía, su diminutivo- dijeron sí a ese nuevo capítulo que se abría en sus vidas.
Los primeros años en la “Tierra de Gracia”
Un geómetra -un especialista en geometría- y una docente se enfrentaban a un mundo nuevo para ellos en Venezuela, un país que le abrió las puertas a la migración extranjera en la década de 1950 con el fin, entre otras cosas, de hacer crecer y mejorar la nación que en ese entonces experimentaba una rápida carrera a la modernidad.
“No fue nada fácil”, recuerda Claudio de sus primeros años en Venezuela viendo a sus padres trabajar. Él relata las historias de sus padres en el tiempo que era tan solo un bebé de meses como si las hubiera vivido y nos cuenta que tan solo a los dos días de haber llegado, a su papá le ofrecieron su primer empleo y era muy distinto al estudio de las formas geométricas.
¿Y qué fue al final? El reto era montar el espejo en una casa, algo que por supuesto no había hecho. Con la ayuda de sus amigos, quienes le explicaron cómo tenía que hacerlo, asumió el reto y lo logró. Claro, tenía que hacerlo porque ya tenía muchas deudas y una familia a la que había que mantener.
Las noticias vuelan rápido en los lugares donde hay poca gente de una comunidad y así pasó con Lía. La comunidad italiana que hacía vida en Puerto La Cruz se enteró que ella era maestra y como se podrán imaginar, hacía falta alguien que se dedicara a impartir clases entre los niños ítalo-venezolanos que allí había.
Fue una oportunidad que Lía Scopazzo de Milazzo no desaprovechó y fue el impulso para abrir una pequeña escuela en la localidad “con cuatro o cinco niños” -como Claudio recuerda- que empezó en su casa. Cuando empezaron a llegar más niños y el espacio se hizo pequeño. Fillippo -13 años mayor que ella- decide alquilar un hogar más grande y acondiciona un salón de clases.
“Yo crecí dentro de la escuela. Yo me acuerdo que me comía las gomas de los lápices de los alumnos de mi mamá. Y me regañaban. Apenas dejaban un lápiz medio suelto, y me comía las gomas”, rememora.
La experiencia llevó a Lía, junto a otra maestra, a fundar la escuela ítalo-venezolana entre 1952 y 1953. Aún existe y recibe el nombre de “Angelo de Marta”. Esta institución se entregó al viceconsulado de Italia. Mientras todo esto ocurría, Claudio cuenta que fue enviado a estudiar en un internado en la madre patria para cursar la Educación Media, es decir, del quinto al séptimo grado.
Allí, cuenta Claudio Milazzo, que estudió en un colegio católico y luego de culminar sus estudios, se regresaron a Venezuela, pero con una meta distinta.
Llegando a la “Sucursal del Cielo”
Tras haber terminado sus estudios, la familia Milazzo retorna a Puerto La Cruz pero ya con una idea fija: mudarse a Caracas e instalar un nuevo colegio en la capital del país. Para ello, tomaron la decisión de vender la casita que tenían en Sicilia para tener el dinero que les permitiría aprovechar esa oportunidad de negocio.
Además, esa Caracas de 1959 y 1960 seguía siendo avasallante, bullante y en constante expansión. Las condiciones estaban dadas para llevar a cabo un proyecto de tal envergadura. Ya para 1963 los Milazzo dejan su casita en el estado Anzoátegui para trasladarse de manera definitiva a la metrópoli que alberga los poderes de Gobierno.
Eso los llevó a un “terreno escarpado” que nadie quería en la naciente urbanización El Marqués. Allí sería el epicentro del gran proyecto que se llama Colegio Bolívar y Garibaldi. Pero aún falta para llegar allí.
“Cuando nos vinimos para Caracas, conocimos al doctor Ugo Di Martino porque mi mamá enseñaba en el consulado a los alumnos que estudiaban italiano en Puerto La Cruz (…) Lo conocimos en Puerto La Cruz y después tuvimos más relaciones cuando vinimos para Caracas. Es una persona muy exquisita, también es paisano de origen siciliano. Recuerdo que el doctor Ugo Di Martíno nos decía ‘no se preocupen, que ustedes van para adelante”, refiere Claudio.
Cuenta que Di Martino trabajaba en el consulado italiano en esa época -que primero estuvo en La Campiña antes de mudarse a Altamira- y fue uno de los que impulsaba a Filippo y Lía Milazzo para que concretaran sus sueños.
La primera sede del Bolívar y Garibaldi quedaba en una quinta alquilada de Sebucán donde 300 alumnos veían clases y era propiedad de Benito y María Ricci. Los Milazzo le compran el centro educativo. Todo estuvo bien hasta que el dueño de la casa quería su inmueble de vuelta y es cuando Fillippo puso su ojo en ese terreno del que hablamos hace algunos párrafos atrás y con sus ahorros, lo compró.
Los triunfos y vítores
Claudio Milazzo, quien junto a sus hermanos Errol y Patricia los que ahora rigen los destinos del legado de sus padres, mira al pasado con orgullo del trabajo y esfuerzo con el que sus progenitores levantaron un sueño que parecía casi imposible de lograr cuando, con sus “maletas de cartón”, llegaron a Puerto La Cruz”.
En ese sentido, comenta que su mamá fue condecorada por el Gobierno italiano y hasta fue nombrada Caballero y Comendador de la República Italiana; todo esto porque tuvo el honor de ser la primera maestra de Italia que llegó a Venezuela.
Pero el mayor orgullo fue abocarse con pasión y mística a la docencia. De hecho, Claudio refiere que el Bolívar y Garibaldi ha generado hombres de bien y exitosos. Uno de ellos trabaja en la NASA; hay otro que trabaja en la restauración de la catedral de Notre Dame en París; varios destacados profesionales de la medicina, entre ellos el dermatólogo Vito Abrusci. Es el más grande premio para un docente.
Valores. Esa es otra enseñanza que se inculca en la institución para lograr hombres y mujeres de bien. Claudio afirma que en el colegio se transmite la honestidad, el amor por los estudios, respeto hacia el otro y la disciplina.
Lamentablemente los señores Milazzo ya se encuentran en otro plano. El señor Filippo murió en 2007 a la edad de 93 años y la señora Lía Milazzo en 2015, cuando tenía 88 años. Su legado e historia no solo la recuerdan sus hijos, sino muchos de los alumnos que pasaron por sus aulas.
En el aquí y el ahora
Claudio, junto a Errol y Patrizia, enfrentan los nuevos retos educativos de la época actual y con el reto de mantener el Colegio Bolívar y Garibaldi como una de las mejores opciones a considerar para la educación.
Actualmente tiene más de 1.100 alumnos en todos los niveles de educación, es decir Educación Básica; Educación Media y Educación Diversificada. Allí, la comunidad educativa tiene a su disposición una gran infraestructura con amplios salones, laboratorios de física, biología y química; ciencias de la tierra, informática e idiomas modernos (inglés e italiano); 2 canchas multiuso, gimnasio, bibliotecas, áreas de recreación y sedes administrativas.
Junto a ello, se cuenta con unas 60 personas que forman parte del cuerpo docente en todos los grados y 10 bedeles que se encargan de atender la parte de la infraestructura.
Se confiesa Claudio Milazzo como un enamorado de Venezuela, tanto así que desea quedarse en el país que le acogió desde que era un bebé. “Yo en este país tengo 72 años (…) Pero Venezuela para mí, a mí me ha dado todo, a mí y a mis padres. Lo digo con mucho sacrificio lo que hemos obtenido, pero lo importante es portarse bien y actuar siempre con buena educación”.
Relató que hoy en día hay muchos alumnos venezolanos, más que los provenientes de las colonias italiana, española y portuguesa.
A pesar de eso, la institución sigue brillando. Además de la parte académica, otro de sus emblemas es la banda de guerra del Colegio, que con su uniforme característico de color vinotinto en su mayoría, alegran los desfiles a los que son invitados y a la misma comunidad estudiantil que hace vida en el Bolívar y Garibaldi.
Hoy en día la componen unos 60 alumnos de la institución que ofrecen un amplio repertorio musical, que actualmente asciende a 40 años de existencia. Esta banda también fue una iniciativa impulsada por Lía Milazzo, resalta Claudio.
Considera nuestro entrevistado que el proceso de fusión entre las culturas italiana y venezolana se ha podido dar gracias a que el venezolano ha sido muy abierto a la migración, así como también muchos han formado familias. “Nos hemos integrado muy bien (…) yo mismo me casé con una venezolana”, agrega.