Carmela Consolato: la dama de la formación perenne y el amor incondicional por la enseñanza

Tener un objetivo fijo en la vida y luchar por ello a pesar de las adversidades ha sido una constante en la vida de Carmela Consolato, fundadora del Colegio San Marco Evangelista en Caracas. Su vocación para enseñar y por cuidar a los niños la llevó a luchar por su sueño de convertirse en docente, el cual se forjó desde muy temprana edad.
Con tan solo seis años de edad, llegó de Italia con su familia procedente de Salerno, al igual que muchos otros, con el fin de poder tener una mejor calidad de vida luego de los estragos que causó la Segunda Guerra Mundial y la muy lenta recuperación de Europa del conflicto bélico.
Su papá empezó a trabajar con un hermano que se había venido antes, mientras que su mamá ejercía las labores humildes como trabajar de conserje. Los esfuerzos de sus progenitores llevaron a Carmela a estudiar, primeramente, en el colegio Agustín Codazzi para afinar también los conocimientos del italiano.
Pero cuando terminó el tercer año, aproximadamente a sus 13 años de edad, se presentó el primer reto de formación para ella porque su papá no podía seguir pagando su educación porque, además para aportar para la casa, tenía que enviar dinero a Italia.
“Siempre fui una muchacha a la que siempre le gustó mucho estudiar. Me gustaba el estudio, tanto que yo estaba indecisa entre muchas carreras. Yo quería hacer Farmacia, Derecho, Idiomas, etcétera. Siempre me la pasaba estudiando tanto, que mi mamá me tenía que decir ‘bueno, quita la cabeza de los libros ya no estés estudiando tanto”, relató a La Nuova Piazza Italia.
La lucha por estudiar
Esa noche no podía dormir y lloró mucho por no poder estudiar; aunque eso no la amilanó. Le planteó a su mamá la posibilidad de seguir formándose y alcanzar su sueño si buscaba un trabajo que le permitiera costearlo. Su primer empleo fue en el colegio Américo Vespucio y luego paso al Bolívar y Garibaldi antes de que la familia Milazzo lo adquiriera.
Relató que estuvo varios años trabajando allí, ganando unos 60 bolívares mensuales. Su sueño de ser maestra tenía que esperar un poco más porque entonces no se impartía esa materia de noche y el bachillerato, aunque sí podía cursarlo, no tenía equivalencias con las materias que se ven en un régimen de enseñanza italiano porque había que estar un año en Italia cursando lo que faltaba para disponer de la posibilidad de culminar estudios y hacer las equivalencias correspondientes.
Ante tal panorama y sus ansias de estudiar creciendo, Carmela Consolato decidió hacer un curso de secretaria comercial. Un año y medio duró esa formación mientras seguía trabajando como asistente de educación preescolar. Posteriormente, cuando la legislación le permitió realizar equivalencias, continuó sus estudios en el Liceo Andrés Bello después del trabajo.
“Al mismo tiempo yo cursé también el cuarto año. Me pusieron las materias de ese año más las seis que tenía que hacer equivalencias. Yo estudiaba tanto que logré pasar el cuarto año y las materias. Al final me gradué de bachiller”, relató.
Las cosas iban bien, hasta que sufrió un accidente que le alejó del trabajo y los estudios por un año. Cursaba clases de piano en una academia francesa y, cuando iba a una de sus lecciones, un motorizado le atropelló y le fracturó una pierna. Fue una intervención quirúrgica difícil, pero a final resultó ser satisfactoria, aunque eso le costara estar un año de reposo mientras se recuperaba de la lesión.
Conseguir empleo fue relativamente sencillo para Carmela Consolato luego de superar la lesión. Entró a trabajar en el Colegio San Francisco de Asís, ya que los dueños de esa institución la habían conocido mientras estaba en el Bolívar y Garibaldi. Estuvo allí como siete años y en esa época llegó el amor a su vida, ya que se encontró con quien sería su pareja entonces.
Estando en esa institución, decidió cursar estudios en el Pedagógico para continuar avanzando en sus estudios y oficializar el trabajo que estaba ejerciendo de forma empírica.
En la búsqueda de su voz
Siendo aún novios y trabajando ambos, se empezó a forjar una idea fija en la eterna estudiante de por qué no hacer un colegio propio “donde yo no tenga que pedirle permiso a nadie; si yo quiero darle una beca a un niño porque lo necesita (…) ¿por qué no?”.
Con esas premisas como motivación, empezó a buscar un espacio físico donde impartir clases y después de tanto buscar, ambos consiguieron alquilar una casa para hacer realidad el proyecto de Carmela, el cual empezó siendo un preescolar.
En un principio, ella hacía todas las labores y con el tiempo pudo tener recursos para poder pagar personal. Contó además con el apoyo de su pareja y de su papá, quienes ayudaron con el pizarrón y una biblioteca.
“Lo empecé con 20 alumnos, haciendo publicidad tocando las puertas casa por casa. Algunos vecinos me abrían la puerta y otros no. Yo parecía Testigo de Jehová”, comenta entre risas.
Logró ampliar la plantilla a 40 y, mientras más publicidad tenía por los padres que llevaban al colegio, más personas querían inscribirlos allí. Y fueron ellos quienes la convencieron de poder abrir todos los grados de forma progresiva y permitir una formación integral del alumno en ese centro educativo.
Ahora cuenta con el apoyo incondicional de su hija, Mónica Meo, en la conducción del colegio San Marcos Evangelista. Asegura haberle inculcado el amor por los niños y por la institución, así como también ese sentimiento de compromiso para hacer cualquier labor que se proponga.
Incluso, su afán de estudiar y continuar expandiendo sus conocimientos sigue. Mantiene el proyecto de cursar la carrera de Idiomas o Estudios Internacionales.
De la casa a la escuela
Carmela Consolato recuerda muchas cosas de su infancia, en especial aquellos valores que sus padres le inculcaron y que ella los enseñó a su familia y a todos los alumnos del colegio. El primero de ellos, subraya, es el valor por el trabajo porque “yo los veía que trabajaban mucho. Yo me daba cuenta de todos los esfuerzos que hacían”.
El amor fue otro en los que hizo hincapié porque “dos personas que se amaron tanto, porque se amaron de verdad mi papá y mi mamá” y también lo que es el amor al prójimo, ya que “mi mamá también era una persona que ayudaba a todo el mundo”.
Conseguir las cosas por sus propios méritos es un tercero clave que ella aprendió y entendió que eso solo se transmite por el ejemplo, así como la solidaridad, amor y amistad. Tanto así que, si se llega a registrar el fallecimiento de un papá o una mamá de uno de los alumnos, a este joven se le da la beca completa.
Para ella fue “muy natural” transmitir todo lo que aprendió a sus alumnos del colegio San Marco Evangelista, así como siempre mantener ayuda constante a todos aquellos que lo necesitaba.
“A un niño lo puedes levantar como lo puedes hundir; sobre todo cuando están chiquitos. Tú puedes hacer de un niño un profesional como que no valga nada con una simple frase que digas. Ya le pusiste un sello. Por ello, la carrera de docencia es de vocación”, destacó.