EEUU: los extremos del medio término
Periodista – Analista Internacional
La duda quedó despejada. A más de una semana de los comicios de medio término en Estados Unidos, es claro que el país trabajará, al menos a nivel federal, con un Congreso partido en dos.
Aunque ajustado, el resultado favorece a los republicanos en la Cámara de Representantes. Allí, los miembros del Grand Old Party (Gran Partido Viejo, en español) se hicieron con 220 escaños, mientras que sus rivales demócratas contarán con una minoría de 215 asientos.
Aunque con roles invertidos, en el Senado la diferencia es mucho más estrecha. A falta de una segunda vuelta electoral en Georgia (donde los contendientes no obtuvieron 50% o más de las preferencias), la Cámara Alta quedó reconfigurada con 50 puestos para demócratas y 49 para republicanos.
Asumiendo que el elefante de tres estrellas arrase durante el balotaje en el “estado del durazno”, el senador número 50 no implicaría ventaja alguna para el Partido Republicano. Esa eventual victoria sólo igualaría las fuerzas y, aún así, los demócratas retendrían la mayoría.
Kamala Harris, insigne representante de los azules, es, por ley, vicepresidente de la Unión Americana y, a su vez, presidente del Senado. Tal disposición otorga a la número dos de la Casa Blanca el voto preferencial que rompería cualquier empate dentro de la Cámara Alta.
La avalancha que no fue
Antes de las elecciones del 8 de noviembre, los republicanos vislumbraban una avalancha que les resultaría favorable. La historia, además de las proyecciones numéricas, auguraba que el Capitolio de Washington D.C., sede del Legislativo estadounidense, se teñiría de rojo.
En Estados Unidos, la tradición indica que los comicios de medio término son ganados por la agrupación política que adversa a la tolda gobernante. Tal tendencia se cumplió en 1994, cuando el Partido Demócrata, con Bill Clinton a la cabeza, perdió el control del Congreso.
Algo similar ocurrió en 2014, cuando los demócratas liderados por Barack Obama perdieron en ambas cámaras, obligando al ex presidente a dialogar y pactar mucho más seguido con los jefes republicanos en el Capitolio.
Esa tendencia, aunada a una inflación que tocó su punto más alto en 40 años y que le es achacada a la administración de Joe Biden, hizo pensar que los del elefante estrellado se impondrían, a placer, en las urnas.
La contienda, sin embargo, se tornó más reñida de lo pronosticado. Aunque fueron contundentes en feudos demócratas como el condado de Miami-Dade, en Florida, y pese a dominar en un estado clave como Carolina del Norte, los republicanos quedaron heridos de guerra.
Sus candidatos al Senado sufrieron reveses en Arizona, Nevada, Nuevo Hampshire y Pensilvania. Algo similar ocurrió con Kari Lake y Douglas Mastriano, quienes perdieron las carreras por las gobernaciones de Arizona y Pensilvania, respectivamente.
Inflación, aborto y votantes jóvenes
Con un aumento récord de los precios, el alto costo de los bienes y servicios se insertó rápidamente dentro de la agenda pública. El tema, que incluso preocupó a legisladores demócratas, se convirtió en punta de lanza de la campaña republicana.
De esa forma, el Índice de Precios al Consumo (que en lo que va de 2022 es de 6,9%, en los Estados Unidos), fue aprovechado por el Grand Old Party para calar en una ciudadanía que, en términos generales, ve a la gestión Biden como la responsable del fenómeno inflacionario.
El trabajo de encuadre fue tan exitoso que iniciativas como la Ley de Reducción de la Inflación, nacida tras más de un año de negociaciones bipartidistas, pasaron desapercibidas.
Ante ese hecho, el Partido Demócrata salió al contraataque. Lo hizo magnificando el fallo de la Corte Suprema que, en junio de este año, anuló el derecho constitucional al aborto. De ese modo, el issue se convirtió en asunto de interés para los electores, particularmente para los de corte progresista.
La maquinaria demócrata también puso la lupa sobre las posturas nacionalistas y ultraconservadoras de muchos aspirantes republicanos. Ello reafirmó las convicciones de los demócratas de base, atrajo a moderados y captó la atención de nuevos electores.
La denominada “Generación Z” (conformada por jóvenes nacidos entre 1997 y 2012) resultó clave en los comicios del 8 de noviembre. Muchos de sus integrantes, votantes primerizos de entre 18 y 25 años de edad, se inclinaron a favor de los demócratas, quienes se mostraron más tolerantes ante temas como la interrupción del embarazo, los derechos de la comunidad LGBTIQ+ o la lucha contra el cambio climático.
Polarización: entre lo bueno y lo malo
Luego de recuperarse de la resaca electoral, tanto demócratas como republicanos se han autoproclamado ganadores. Pese a que es imposible negar las victorias de parte y parte, ambos bandos saben, en su fuero más interno, que Estados Unidos es hoy una nación dividida.
El electorado, fragmentado entre conservadores y progresistas, se reparte entre ciudadanos que defienden las fronteras cerradas, el impuesto a las importaciones, la eliminación del aborto y la negación del calentamiento global. En la acera de enfrente están, por otro lado, aquellos que creen en el globalismo y en el manejo de agendas mejor adaptadas a los nuevos tiempos.
La polarización, caldo de cultivo para radicalismos, para discursos y crímenes de odio, y para iniciativas poco favorables para las minorías, ha eliminado, casi en su totalidad, el fenómeno del voto cruzado. El espacio para los grises es cada vez más reducido en una sociedad que tiende a identificarse más con lo totalmente blanco o lo negro.
Pese a lo negativo, la existencia de segmentos claros podría traer consigo algunas ventajas. Al reconocer a sus votantes con precisión, los partidos amplían sus bases, mientras que los líderes pueden proponer o ejecutar programas que atiendan, con mayor especificidad, las necesidades de sus electores.
En otro tanto, la presencia de polos bien diferenciados podría llevar a las dirigencias a hacer monitoreo constante de sus contrapartes. La contraloría, necesaria para evitar excesos y desfalcos, serviría, a su vez, para detectar problemas comunes, cuya resolución impacte, de forma positiva, en militantes de uno y otro grupo.
Aunque luzca contradictorio, la polarización también puede abrirle camino a la moderación. La Unión Americana acudirá a elecciones generales en 2024 y, en el ínterin, surgirán abanderados que clamen por la permanencia en el (o llegada al) poder de uno de los dos bandos. El abandono del centro sería propicio, entonces, para aspirantes que, con propuestas conciliadoras, se conviertan en una atractiva tercera vía.